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Controversia sobre la Rusia postsoviética

En el país del capitalismo real

Al acercarse las elecciones rusas en marzo de 2012, han comenzado las grandes maniobras políticas en el Kremlin. Agonizante a principios de los 90, desde hace un decenio Rusia ha llevado a cabo una espectacular recuperación económica y diplomática en un contexto de autoritarismo y corrupción. A la hora del balance, se enfrentan dos visiones de la transición postsoviética.

Estructura de la democracia. 2003-2004. Maxim Kantor.

El vigésimo aniversario de la caída del muro de Berlín ha provocado una avalancha de obras consagradas al desmoronamiento del bloque del Este [1]. Sin embargo, pocos autores han examinado la experiencia soportada por Rusia desde el fin de la URSS. El ensayo de Daniel Treisman The Return (El retorno) se esfuerza por llenar esta laguna recordando el “trayecto de Rusia de Gorbachov a Medvédev [2]. Profesor de Ciencia Política en la universidad de California, Treisman es conocido, sobre todo, como coautor de un artículo que causó sensación en 2004. Este texto, titulado “Un país normal [3], refutaba la idea, comúnmente admitida, según la cual, la Rusia postsoviética habría sufrido un tipo de carga histórica sin equivalente en el mundo: la herencia de la autocracia, burocracia, etc. En realidad, se enfrentaba a los mismos problemas de desarrollo que numerosos países de ingreso medio: corrupción, debilidad de las instituciones, vulnerabilidad económica. La transición llevada a cabo por el país después del fin del comunismo no habría sido más que un proceso de ajuste a los esquemas en curso con otros Estados de su categoría.

Se adivina fácilmente el sobreentendido ideológico que impregna este análisis: las reformas liberales llevadas a cabo por Moscú en los años 90 deben ser aplaudidas como un éxito, puesto que permitieron a Rusia conquistar el lugar que le correspondía en la jerarquía económica mundial. Treisman tiene, no obstante, el mérito de examinar su objeto de estudio con una cierta dignidad, lejos de los estereotipos de la guerra fría o de los clichés turísticos de el alma rusa. En The Return permanece fiel a este enfoque tratando de describir Rusia tal y como es y no como los fabricantes de opinión occidentales se la representan. Se balancea entre dos opiniones a priori poco compatibles: la de los ideólogos neoliberales, que explican las dificultades de Rusia por su falta de entusiasmo por abrazar la ley del mercado, y la que, al contrario, atribuye todos los males del país a la brutalidad de sus reformas [4]. Apoyado en la autoridad del observador imparcial —unos dicen esto, otros aquello, la verdad se sitúa en alguna sitio entre los dos—, el punto de vista que resulta de esta indeterminación acaba por confirmar el análisis dominante del campo occidental.

Sala de espera. 1985. Maxim Kantor.

La primera mitad del libro pone en perspectiva la reciente historia política del país, concentrándose en el perfil y la trayectoria de los presidentes que se han sucedido en 20 años: Mijail Gorbachov, calificado como “el error más logrado de la historia”; Boris Yeltsin, héroe imperfecto que supo navegar con intuición entre los escollos de la política y la economía; Vladímir Putin, dudoso personaje pero afortunado, que supo aprovecharse de una coyuntura económica favorable; y, por último, Dmitri Medvédev, etiquetado de “doble del anterior”, cuyo programa e intenciones, tres años después de su ascenso al poder, siguen siendo misteriosas. La segunda parte del libro cubre el mismo periodo, esta vez bajo la forma de una síntesis de los grandes temas que han marcado nuestra percepción de Rusia: las causas del desplome soviético, las mutaciones económicas en los años 90, las guerras en Chechenia y las relaciones de Moscú con sus socios occidentales.

Las conclusiones de Treisman no siempre sorprenden por su originalidad —por ejemplo, un capítulo entero para descubrir la popularidad de un presidente en relación con los beneficios y las debilidades de un ciclo económico—, pero reservan también algunas buenas sorpresas, especialmente cuando el autor presta una atención comprensiva a las quejas de Moscú en lo relativo a la expansión de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) o la hipocresía de política exterior americana.

Para Treisman, la desintegración de la URSS no es, de ningún modo, fruto de una fatalidad histórica, sino el producto de una serie de contingencias. La arriesgada conducta de las reformas económicas en los años 80 —así como la incapacidad de los exdirigentes soviéticos para detener la decadencia de la industria— llevando al país al borde del precipicio, y algunos “accidentes” y “respuestas fallidas a las que recurrieron” bastaron para precipitar su caída. Treisman rechaza la idea, según la cual, la Unión Soviética se habría fragmentado por la presión interna de sus nacionalismos: fue porque el régimen ya estaba agonizando, dice, que numerosos ciudadanos se giraron al extremismo nacionalista.

Curiosamente, esta atención llevada a hechos intrascendentes, se pierde tan pronto como el libro aborda las reformas económicas. El autor sostiene que Yeltsin, heredero de “un desastre más grave que lo que la mayor parte de las personas imaginaban”, salvó a su país improvisando una política decididamente favorable a los mercados. Fuera del liberalismo, no hay nada que hacer, parece pensar. Habitualmente modera el balance comúnmente aprobado de las opciones expuestas en la época: el Producto Interior Bruto (PIB), que entonces no cesó de caer, sería un indicador muy discutible; la calidad de vida de la población, medida por el rasero de las ventas de televisores y electrodomésticos, habría mejorado a lo largo de un decenio. La degradación de los servicios públicos de salud o educación, la explosión del paro y la atrofia de toda forma de solidaridad social: de todos estos temas, el autor no dice ni una palabra [5].

El comedor. 1984. Maxim Kantor.

A fin de cuentas, alabando las reformas de Yeltsin, Treisman relata la historia de un visionario heroico que, como Sísifo llevando su roca, haría avanzar la democracia liberal sobre las pendientes heladas de la realidad rusa. Como numerosos comentaristas desde 1991, Treisman da por sabido que la democracia liberal progresó, aunque fuera tímidamente, durante los años de Yeltsin y que, en cambio, ha retrocedido hacia el autoritarismo de antaño durante los años de Putin. Esta binaria visión no tiene en cuenta la evolución ideológica que servía de base a las reformas de los años 90, las que consolidaron no la democracia en tanto tal, sino el capitalismo. Los reformadores se mostraban tanto más dispuestos a administrar su terapia de choque y a apoyar los ataques del Kremlin contra la Constitución —en particular, cuando Yeltsin bombardeó el Parlamento en 1993— aunque no dispusieran de ningún mandato electoral para ello. En realidad, cada vez que el régimen se sentía amenazado por una puesta en entredicho del principio de propiedad capitalista, la democracia perdía terreno.

Se comprendería mejor las metamorfosis de la Rusia postcomunista si se considerara la parte esencial que se debe a los intereses capitalistas, y la manera en que las nuevas élites han sometido al país en su lucha de clases. Pero tal trabajo exigiría definir la naturaleza y la composición de estas élites. ¿Quién domina Rusia? En los alborotos de los años 90, pertenecía a los antiguos miembros de la nomenclatura del Partido Comunista y a las emergentes fuerzas de la libre empresa. Durante casi 10 años, las fortunas amasadas por esta capa provenían, principalmente, de las exportaciones de alto valor añadido —metales, minerales—, de operaciones financieras más que dudosas o del saqueo del patrimonio industrial soviético. La crisis del rublo en 1998 modificó la estructura de esta élite debilitando el sector bancario y financiero en provecho de la economía real destinada al mercado interior. Pero la mayor conmoción, tanto para las clases reinantes como para la totalidad del país, estuvo en los elevados precios del gas y del petróleo desde 2000. Los descomunales beneficios del maná energético beneficiaron no sólo a los grupos del Estado, tales como Rosneft y Gazprom, sino también a los operadores privados como Surgutneftegaz y —hasta su desmantelamiento en 2003— Yukos.

Retrato del comerciante. 2006. Maxim Kantor.

Estos ríos de dinero forjaron una nueva élite, infinitamente más rica que la de los años 90. Según la politóloga Lilia Shevtsova, instalada en Washington, “la antigua oligarquía de Yeltsin parece una banda de principiantes, comparada con la nueva generación de oligarcas burócratas [6]”. La referencia a la burocracia no es inmerecida, tratándose de una élite que reina tanto en el sector público como en el privado y que maneja los hilos del mundo de los negocios tanto como los del gobierno. Sin embargo, nadie describe mejor a los nuevos dueños de Rusia como la socióloga Olga Kryshtanóvskaia, que estudió la composición de la élite desde el principio de los años 90 [7]. Sus trabajos resaltan el creciente papel de la industria desde inicios del incipiente siglo, igual que la mezcolanza, cada vez mayor, entre el mundo de los negocios y el mundo de la política.

La prensa occidental habitualmente denuncia las insistentes intervenciones del Estado ruso en la economía, visto como síntoma de una renacionalización rampante, o como una trasposición a la economía de la omnipresencia de los servicios de seguridad en el gobierno de Putin. Ahora bien, lo más sorprendente, a propósito de la élite rusa de hoy, no es el dominio del Estado sobre el capital, sino la interpenetración de los dos. La alta administración del Estado proporciona los cuadros del empresariado, y viceversa. El poder administrativo posee las mejores claves para acceder a buenos negocios, mientras que consideraciones comerciales dictan la atribución de cargos y el presupuesto del Estado. Esto se verifica a todos los niveles, y más aún en las regiones, donde los grandes grupos (sean privados o públicos) poseen una influencia en la economía muy importante. Además, aunque numerosas empresas de los principales sectores pertenecen al Estado, éstas son gestionadas según el único principio del máximo beneficio: no para asegurar la redistribución de las riquezas nacionales, sino para enriquecer a algunos grupos de la élite.

Teniendo en cuenta las elecciones legislativas de diciembre próximo [N. T.: Este artículo apareció en agosto de 2001.] y la espinosa cuestión de la sucesión en el Kremlin prevista en 2012, sin duda que los recursos del país van a ser objeto de una competencia creciente entre los miembros de esta élite anfibia. La población sólo tiene el derecho a validar las formas de pillaje de sus riquezas: a menos que Rusia no conozca un levantamiento popular comparable al que sacude el mundo árabe. No parece tomar ese camino, pero el destino de los regímenes soviético, tunecino o egipcio enseña que no hay que hacerse la ilusión de la permanencia. [8]

Tony Wood, redactor jefe adjunto de New Left Review, agosto de 2011.

[1Por ejemplo Robert Service, Comrades ! A History of World Communism, Harvard University Press, Cambridge, 2007 ; Archie Brown, The Rise and Fall of Communism, Ecco, New York, 2009 ; Stephen Kotkin, Uncivil Society. 1989 and the Implosion of the Communist Establishment, Modern Library, New York, 2009 ; Victor Sebestyen, Revolution 1989. The Fall of the Soviet Empire, Pantheon Books, New York, 2009.

[2Daniel Treisman, The Return : Russia’s Journey From Gorbachev to Medvedev, The Free Press, New York, 2011.

[3Publicado con Andrei Shleifer en la revista Foreign Affairs, New York, marzo-abril 2004.

[4La corriente de los neoliberales ha encontrado su biblia en How Capitalism Was Built. The Transformation of Central and Eastern Europe, Russia, and Central Asia (Cambridge University Press, 2007), del economista sueco Anders Aslund, que aconsejó a Moscú en su política de privatizaciones a finales de los 90. Sus adversarios, se reconocen en el libro de Peter Reddaway y Dmitri Glinski The Tragedy of Russia’s Reforms. Market Bolshevism Against Democracy, United States Institute of Peace, Washington, DC, 2001.

[5Leer Un siglo ruso, Manière de voir, n° 100, agosto-septiembre 2008.

[6Lilia Shevtsova, Russia : Lost in Transition. The Yeltsin and Putin Legacies, Carnegie Endowment for International Peace, Washington, DC, 2007.

[7Olga Kryshtanóvskaia, Anatomiia Rossiiskoi Elity («Anatomía de la élite rusa»), Zakharov, Moscú, 2004.

[8Material original en francés: monde-diplomatique.fr. (Traducción: Ventana a Rusia.)
Imágenes: maximkantor.com.