// estás leyendo...
Inicio > Política > Moscú, entre juegos de influencia (...)

Volverse hacia Asia para contrarrestar la hostilidad occidental

Moscú, entre juegos de influencia y demostración de fuerza

“El regreso de Rusia a la escena internacional conlleva grandes sobresaltos. Presionado por la inclinación de Ucrania hacia la órbita occidental, improvisa una brusca reconquista de Crimea. La burda afirmación de intereses legítimos revela los límites de su poder de atracción, cuidadosamente conservado, sin embargo, desde la caída de la URSS a través de cooperaciones de geometría variable”. [Moscou entre jeux d’influence et démonstration de force, Le Monde diplomatique, mayo de 2014].

Rusia, una fortaleza recelosa
Rusia, una fortaleza recelosa. Imagen: Le Monde diplomatique.

En materia de política internacional, este inicio de año de 2014 estará marcado por dos acontecimientos capitales. Primero, los Juegos Olímpicios de invierno de Sochi, cuya organización dio lugar a los medios de comunicación occidentales a una amplia campaña crítica del régimen de Vladímir Putin; después, cuando los Juegos terminaron, la crisis ucrania. En cierta forma, estos dos importantes momentos representan las dos facetas de la nueva política internacional del Kremlin: por una parte, su intento de iniciar un soft power, el "poder blando" y, por otra, el recurso brutal y más tradicional a las razones de fuerza.

Los Juegos de Sochi aspiraban a mostrar al mundo que Rusia era capaz de organizar un acontecimiento planetario importante, utilizando los medios modernos, sea para el buen desarrollo de las pruebas o para garantizar la seguridad de los participantes en una región —el Cáucaso— particularmente sensible. Permitirían mejorar su imagen en la opinión pública internacional, elemento esencial del restablecimiento de Moscú como importante actor en un mundo multipolar [1]. Su completo éxito, a pesar de los ecos deformados que llegaron al público occidental, no han causado, sin embargo, los efectos calculados. Los grandes medios no han tenido ninguna dificultad en suscitar la hostilidad de la opinión, poniendo el acento en las incertidumbres relacionadas con la preparación de los Juegos y, sobre todo, detallando las leyes represivas votadas desde el regreso al poder de Putin: sobre el control de las organizaciones no gubernamentales (ONG), sobre el control de Internet, sobre la "propaganda homosexual"… Algunas concesiones tardías —liberación de los miembros del grupo Pussy Riot y del oligarca Mijaíl Jodorkovski, promesa de no hostigar a los homosexuales durante Sochi… — no cambiaron nada.

Intentos de seducción fracasados

Pero los Juegos quedaron marcados, sobre todo, por su coincidencia con los sangrientos acontecimientos de Maidán, la plaza de la Independencia de Kiev, seguidos a continuación por la anexión militar de Crimea y por su integración en la Federación Rusa. La reacción, totalmente inadecuada, del presidente ucranio, Víctor Yanukóvich, tras la serie de decisiones tomadas tanto en Moscú como en Kiev y en Bruselas, hicieron oscilar el mundo en una prueba de fuerza mayor y activó una campaña rusófoba sin precedentes desde hace decenios [2]. Antes incluso de la aplicación de sanciones por la anexión de Crimea, la imagen del país sufrió un deterioro que no lo vino a compensar ninguna movilización patriótica interior.

La organización de los Juegos olímpicos revelaba la tardía puesta en práctica, en la panoplia de herramientas de la política internacional rusa, de lo que se llama comúnmente el soft power —el poder de influencia no coercitivo, ideológico, cultural y científico a la vez. En una revista, en 2012, Putin se expresó sobre estas técnicas de "poder blando«, para deplorar un atraso en este campo donde destacan los grandes países occidentales. El dominio del discurso sobre los acontecimientos, de su interpretación, se han convertido en tan importantes en la arena internacional como los hechos mismos. De paso, el presidente ruso, criticaba vivamente la manera con la que varios países, y en particular los EE UU, utilizaban estos medios para presionar a otros Estados y para dictarles sus opciones. Consideraba que»la actividad de pseudo-ONG y otras estructuras que buscan, con ayudas del exterior, desestabilizar tal o cual Estado«era»inadmisible" [3].

La reacción totalmente inadecuada del presidente ucranio, Víctor Yanukóvich, activó una campaña rusófoba sin precedentes desde hace decenios.

En 2003 y 2004, las revoluciones de colores en Georgia y en Ucrania suscitaron un giro en la política rusa, tanto en el terreno exterior como en el interior, con la votación de leyes de libertad de organización y de expresión cada vez más restrictivas. Es en este periodo en el que Rusia se comienza a preocupar por mejorar su imagen. Reactiva su red cultural y lingüística, con el desarrollo de las Fundación Russki Mir (Mundo ruso) e intenta ganarse el apoyo de la diáspora [4]. Su dominio de estas herramientas es, sin embargo, muy deficiente y sus dirigentes siguen recurriendo a medios más tradicionales, en particular a las presiones económicas y militares. Más que un savoir faire balbuceante en materia de comunicación, Fiódor Lukiánov, redactor jefe de la revista Russia in Global Affairs, pone el dedo en la principal debilidad de su país: "Por ahora, el ’poder blando’ carece de esa sustancia que haga atractivo el modelo de desarrollo preconizado por Moscú.«Mientras que la URSS podía apoyarse en un fermento ideológico y en una oferta estratégica alternativa,»Rusia no consigue producir otra cosa que un discurso tradicionalista y conservador, claramente opuesto al progreso [5]«. Por otra parte, precisa Lukiánov,»Rusia no es la Unión Soviética. No pretende una dominación mundial. Moscú define nada más que el espacio que considera de un interés vital para él, del que Ucrania forma parte. Ahí, espera actuar sin comprometerse [6]."

En sus relaciones con las exrepúblicas soviéticas, tentadas en aproximarse a la Unión Europea y a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), Rusia no ha dejado de recurrir a sanciones económicas y aduaneras, como durante diversos episodios de la guerra del gas con Ucrania. El sitio ucranio Newsplot publicó en 2013 un mapa detallando las quince medidas de guerra alimentaria tomadas por Moscú contra sus vecinos occidentales entre 2005 y 2013 [7]: bloqueo de vinos georgianos y moldavos, de productos lácteos bielorrusos, de carne polaca, de chocolate ucranio, etc.

Y, desde hace algunos años, Rusia no duda en resolver algunos conflictos con las armas. En agosto de 2008, fue el mismo presidente georgiano quien le proporcionó la ocasión bombardeando la ciudad de Zhinvali, en Osetia del Sur, y el cuartel de militares rusos que allí se encontraba. La respuesta fue rápida. Las fuerzas rusas tomaron momentáneamente el control del oeste de Georgia y Moscú reconoció la independencia de las dos regiones secesionistas, Abjazia y Osetia del Sur, rompiendo, así, el compromiso, adquirido en 1991, de respetar la integridad territorial de Comunidad de Estados Independientes (CEI), que reagrupa a antiguas repúblicas soviéticas. En marzo de 2014, como consecuencia de los acontecimientos de Kiev, Rusia tomó la iniciativa de situar a Crimea bajo control militar, antes de proceder a su anexión al término de un referéndum organizado de prisa.

Desdén de la Unión Europea

El Kremlin de ningún modo oculta las razones de este nuevo recurso a la fuerza. Y el desafío que lanza también al mundo rebasa de lejos el problema ucranio. De hecho, reclama revisar el conjunto de reglas que regulan la seguridad internacional. Su posición, expresada claramente por Putin durante la 43ª conferencia de seguridad en Munich, el 10 de febrero de 2007, mantiene algunos puntos. Moscú no acepta más el doble lenguaje de algunos Estados occidentales que presentan las reglas internacionales como inmutables mientras las infringen cada vez que les conviene.

Aprovechándose del debilitamiento de Rusia tras la desintegración de la URSS y de la disolución del Pacto de Varsovia, algunos dirigentes americanos pensaron en establecer la dominación de una superpotencia única: la suya. Pero, desde entonces, el mundo ha evolucionado. Es conveniente, pues, renegociar las bases de seguridad haciendo partícipes a los nuevos polos de poder, en particular los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y África del Sur). En fin, hay que admitir que Rusia misma tiene intereses estratégicos legítimos y que puede defenderlos, como siempre lo han hecho los EE UU y los principales Estados occidentales en sus diversas zonas de influencia.

La organización de los Juegos olímpicos revelaba la tardía puesta en práctica, en la panoplia de herramientas de la política internacional rusa, de lo que se llama comúnmente el soft power.

Al proponer, en 2008, a Ucrania y a Georgia entrar en la OTAN, o al negociar con Kiev, a finales de 2013, un acuerdo de asociación con la Unión Europea, los dirigentes americanos o europeos contribuían a coartar los intereses de Rusia en sus propias fronteras, y de lo que eran perfectamente conscientes. Una parte de los dirigentes americanos, animados por los de Estados europeos, como Polonia o Suecia, nunca abandonaron la estrategia anunciada en su tiempo por Zbigniew Brzezinski [8].

Para Serguéi Karagánov, uno de los consejeros de política exterior del presidente Putin, frente al riesgo de ver a Ucrania entrar en la OTAN, con la perspectiva de que la Alianza recuperara el puerto de Sebastopol, "Rusia debía defender sus intereses con mano de hierro [9]". Al anexionarse Crimea y al concentrar las tropas cerca de las fronteras orientales de Ucrania, viene a decir a los dirigentes occidentales que sale de un periodo de debilitamiento y que defenderá sus intereses estratégicos, sea cual sea el coste en términos de relaciones diplomáticas o comerciales. Pero ¿tiene realmente los medios para ello?

Hasta hace poco se había dirigido, sobre todo, hacia Europa, principal socio tradicional, tanto de sus intercambios culturales y humanos como de sus relaciones económicas. En 2013, la Unión Europea era, todavía, el primer cliente y proveedor de su comercio exterior. Sin embargo, al compartir con Turquía el privilegio de ser un Estado a caballo entre los continentes europeo y asiático, desde hace tiempo muestra su interés por una complementariedad entre sus dos frentes, el uno continental, al oeste, y el otro marítimo, en la zona del Pacífico.

Esta intención no es nueva: apareció antes del fin de la URSS, en 1986, en el discurso de Mijaíl Gorbachov en Vladivostok. Boris Yeltsin y después Putin prosiguieron los esfuerzos para dinamizar esta relación asiática. Y varios factores cotribuyen hoy a una reactivación de esta estrategia de reequilibrio.

El más evidente es el impresionante dinamismo de la zona del Pacífico. Rusia espera ver cómo este empuje favorece, gracias a cooperaciones e inversiones, la reactivación de su economía. Es por esta razón que Putin organizó en 2012 en Valdivostok el fórum de la Cooperación Económica Asia-Pacífico (Asia-Pacific Economic Cooperation, APEC), del que su país es miembro desde 1998. Este rebrote del interés traduce, también, una toma de conciencia de la aguda crisis que atraviesa el Extremo Oriente ruso: su población no cesa de disminuir desde finales de la década de 1980 (el conjunto de esta extensa región han perdido más del 20% de sus habitantes), con el riesgo de dejar este frente estratégico desprotegido frente a las muy dinámicas regiones chinas.

Por ahora, el ’poder blando’ ruso carece de esa sustancia que haga atractivo el modelo de desarrollo preconizado por Moscú. Rusia no consigue producir otra cosa que un discurso tradicionalista y conservador, claramente opuesto al progreso (Fiódor Lukiánov).

Otro elemento determinante de la retórica del gran reequilibrio: el deterioro de las relaciones con las instituciones europeas que, mientras se extienden hacia el este, imponen sus propias reglas como marco obligado de relaciones con los rusos, en particular, en el sector clave de la energía. Además de los continuados programas propuestos a ciertos miembros de la CEI en el marco de la política europea de vecindad, desde 2004, después del cooperación oriental, lanzado en 2009, la Unión se ha esforzado en disminuir su dependencia petrolera y gasística con Rusia diversificando sus aprovisionamientos. Moscú se adaptó a estas evoluciones reorganizando sus circuitos de exportación hacia el oeste (construcción de los gasoductos North Stream y Blue Stream, proyecto South Stream bajo el mar Negro), pero también transfirió hacia Asia una parte de sus intercambios. China se convirtió también, en 2011, en su primer socio comercial.

He aquí un elemento esencial de la crisis actual: profundamente dividida en cuanto a la conducta a mantener ante su gran vecino oriental, la Unión Europea nunca aceptó discutir realmente esta relación, sin embargo fundamental. Nunca ha considerado una estrategia global de desarrollo y seguridad para una "gran Europa" que incluyera a Rusia. Criticando algunas fórmulas propuestas por Moscú, Bruselas prefirió atenerse a una política de guardar la distancia. Paralelamente, la atribución de un nuevo papel a la OTAN, cada vez más integrada en la estrategia americana, reforzó la desconfianza del Kremlin. Esta actitud, manifestada por Europa en el momento en que sus instituciones y su economía entraban en una profunda crisis, reafirmó la posición de quienes preconizan una acercamiento acelerado con las nuevas potencias asiáticas y reducir las relaciones con una Unión debilitada, incapaz de trazar una vía distinta a la de Washington.

Nacionalismo de doble filo

Sin embargo, esta oscilación, esgrimida a menudo como un espantajo y presentada como un medio de presionar a los europeos, plantea algunas dificultades, tanto técnicas como organizativas. Primeramente, hay que vencer un importante déficit de infraestructuras en materia de energía, de transporte o de alojamiento en sus regiones orientales. Moscú parece, al fin, haberlo reconocido, ya que creó un ministerio de desarrollo del Extremo Oriente; pero muchos expertos dudan de la eficacia de esta medida: las necesidades financieras son enormes y los extravagantes gastos de la cumbre de Vladivostok, en 2012, no permiten presagiar un uso eficaz de las inversiones. Cierto que se ve surgir el inicio de una red de transporte de energía hacia el Pacífico (proyecto del oleoducto Siberia oriental-océano Pacífico, en inglés Eastern Siberia-Pacific Ocean Oil Pipelin, ESPO), pero Rusia acusa un cierto retraso en las técnicas de gas licuado. No podrá, antes de mucho tiempo, soñar con enviar a Asia el volumen de hidrocarburos que entrega a Europa.

Si China se dice dispuesta a proporcionar una parte de los capitales para reducir estos atrasos, sus compras en materias primas no pueden más que sumir más a Rusia en su papel de simple proveedor de materias primas y postergar aún más su modernización. Por otra parte, la extrema centralización de las prácticas federales tienden a bloquear las iniciativas locales. Numerosas regiones, reivindican abiertamente cada vez más una autonomía de decisión, la única que permitiría, según ellos, asegurar una verdadera activación económica. Ahora bien, a todas luces, el sistema putiniano no apuesta por esta vía [10].

Otra dificultad: la incapacidad de Moscú por impulsar relaciones positivas entre los Estados del espacio postsoviético. Mientras que la CEI nunca se ha convertido en un mercado común oriental bajo dominación rusa, como soñaba Yeltsin en 1991, los intentos del Kremlin por consolidar un núcleo de Estados que le sean fieles no pueden más que sorprender por su carácter vacilante.

Se crearon, en la más grande de las confusiones terminológicas y organizacionales, no menos de cuatro asambleas económicas simuladas: Unión Aduanera, Espacio Económico Único, Comunidad Económica Euroasiática (en inglés, Eurasec) y zona de librecambio en el seno de la CEI, sin contar la Unión Económica Euroasiática, propuesta desde 1994 por el líder kazajo Nursultán Nazarbáyev, que debería estar lista en 2015. Todas estas organizaciones se articulan en torno a un núcleo común constituido por Rusia, Bielorrusia y Kazajastán. Se adhieren, según el caso, tres o cuatro Estados de Asia Central (Uzbekistán no es más que un observador) y, a veces, por ejemplo en la zona de librecambio, Moldavia y Ucrania.

Pero ninguna de estas estructuras funciona realmente, en gran parte a causa de las exigencias contradictorias de Moscú que, sobre todo, tiende a preservar su libertad de acción y su control sobre los Estados que él considera como relevantes en su esfera de influencia. Esta actitud tiene, como principal efecto, que cada uno de estos países, a fin de aflojar la mordaza de las presiones rusas, multiplica las relaciones con terceros actores influyentes: EE UU, Europa, China, Irán… Los Estados del Asia Central parecen recurrir, cada vez más, a las colaboraciones con China como medio de diversificar sus intercambios, mucho más allá de de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS), donde se encuentran con sus poderosos vecinos. Una cosa parece clara: este milhojas organizacional traduce la dificultad de Rusia por definir un nuevo equilibrio en sus relaciones con sus vecinos independientes. Y la crisis ucrania podría complicarle más esta labor.

Putin creyó correcto acompañar la anexión de Crimea con una movilización sin precedentes en torno a la defensa de los compatriotas rusos separados de la madre patria cuando la desintegración de la URSS. Con sus ataques contra algunos opositores, calificados, como en los peores tiempos de la época soviética, de "agentes extranjeros", la campaña mediática organizada en todo el país trae muy malos recuerdos. Al principio, permitió congregar una inmensa mayoría de la población en torno de su presidente que, así, parecía tomarse la revancha de la movilización de 2011-2012 [11]. Pero los efectos a largo plazo podrían ser terribles, tanto en el interior del país como en sus márgenes.

Varias regiones de Rusia (el Cáucaso, el Volga, pero también Siberia) están pobladas por minorías activas y cruzadas por movimientos antagonistas, del islamismo radical al autonomismo regional, muy crítico con la deriva centralizadora del régimen. Nadie puede predecir cómo se traducirá este sobresalto del nacionalismo. El poder autoritario actual parece al abrigo de estas fuerzas centrífugas, pero, en caso de debilitamiento ulterior ¿qué será lo que provenga de una simple transición política o de una nueva crisis económica?

Incluso los aliados se inquietan

Sin embargo, seguramente es en el exterior más que la anexión de Crimea lo que podría tener consecuencias más desestabilizadoras. Estonia y Letonia cuentan todavía con una población de cerca del 25% de rusos (la mayoría apátridas). El referéndum organizado en Crimea ha sido percibido como una amenaza, igual que en Moldavia —donde hizo estragos el conflicto de Trandsniérter— y en Kazajastán, cuyo norte sigue siendo ampliamente rusófono. Desde 1991, Nazarbáyev, el presidente kazajo, se ha comportado siempre como como un aliado indefectible de Moscú. ¿Se mostrarán sus sucesores tan dóciles? Tras la salida de Georgia de la CEI, en 2008, además de la de Ucrania, anunciada desde el 19 de marzo de 2014, una simple diferencia crítica de Astana significaría el fracaso de más de 20 años de tentativas rusas para rehacer, a su guisa, lo que llamarían a principios de los 90 su "extranjero cercano". Cierto es que la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC) se mantiene [12], pero esta estructura militar, hoy reducida, persigue objetivos limitados.

El 27 de marzo último se pudo ver el primer signo de aislamiento diplomático de Moscú, cuando la votación en la Organización de Naciones Unidas de la resolución de condena de la anexión de Crimea: entre los Estados "amigos" solo Armenia y Bielorrusia votaron en contra. China se abstuvo, lo mismo que Kazajastán. Kirguizia y Tadzhikistán ni siquiera tomaron parte en la votación [13]. [14]

Más allá de los gritos de victoria de los manifestantes rusos saludando el regreso de Crimea a la madre patria, la anexión bien podría significar una victoria pírrica.

Jean Radvanyi, Profesor del Instituto Nacional de Lenguas y Civilizaciones Orientales (INALCO), codirector del Centro de Investigaciones Europa-Asia (CREE).
Autor de Retour d’une autre Russie, [Retorno de otra Rusia] Le Bord de l’eau, Lormont, 2013
.

[1Leer Guillaume Pitron, « Géopolitique du saut à skis » [Geopolítica del salto del esquí], Le Monde diplomatique, febrero de 2014.

[2Leer Olivier Zajec, « L’obsession antirusse », [Traducido en Ventana a Rusia: La obsesión antirrusa] Le Monde diplomatique, abril de 2014.

[3Vladímir Putin, « La Russie dans un monde changeant », [Rusia en un mundo cambiante] Moskovskie Novosti, Moscú, 27 de febrero de 2012 (en ruso).

[4Tatiana Kastouéva-Jean, « “Soft power” russe : discours, outils, impact », [Soft power, ruso: discurso, herramientas, impacto] Russie.Nei.Reports, no 5, Instituto Francés de Relaciones Internacionales (IFRI), Paris, octubre 2010.

[5Fiódor Lukiánov, « Les paradoxes du soft power russe » [Las paradojas del soft power ruso], Revista internacional y estratégica, nº. 92, Instituto de Relaciones Internacionales y Estratégicas (IRIS), Paris, 2013.

[6Fiódor Lukiánov, « A quoi bon l’Amérique ? [¿América para qué?], Rossiskaya Gazeta, Moscú, 28 de marzo de 2014 (en ruso).

[7www.newsplot.org (en ucranio).

[8Zbigniew Brzezinski, Le Grand Echiquier. L’Amérique et le reste du monde, [El gran tablero. América y el resto del mundo] Bayard, Paris, 1997.

[9Financial Times, Londres, 5 de marzo de 2014.

[10Cf. « La Sibérie, eldorado russe du XXIe siècle ? » [Siberia, ¿el dorado ruso del siglo XXI?], Revista Internacional y Estratégica, nº 92, op. cit.

[11Leer « Continuité de façade en Russie », [Traducido en Ventana a Rusia: Continuidad de fachada en Rusia] Le Monde diplomatique, abril de 2012.

[12Forman parte, además de Rusia, Armenia, Bielorrusia, Kazajastán, Kirguizia y Tadzhikistán. Azerbaiyán, Georgia y Uzbekistán la abandonaron.

[13La resolución condenando la anexión de Crimea recibió 100 votos y 11 votos en contra. 58 países se abstuvieron.

[14Material original: Le Monde diplomatique, versión impresa en francés, páginas 7 y 8, mayo de 2014. Traducción: Ventana a Rusia.