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Un mal escenario

En las condiciones de regímenes autoritarios corruptos la melancolía, la desesperación y el disgusto se apodera de las personas. De forma expresiva estas son sensaciones “de una minoría que, en un grado u otro, piensa de forma crítica” y se manifiesta de distintas formas ideológicas, extendiéndose poco a poco a capas muy amplias. Se esconden tras el conformismo y el cinismo y corroen al régimen desde dentro. Así ocurrió durante la última época del régimen zarista. Así ocurrió durante la época tardía del régimen soviético. Y similares sentimientos han empezado a tomar forma durante la “estabilización” putiniana.

El sentimiento de desesperación va creciendo precisamente cuando los odiados regímenes han atravesado su culmen y su ciclo vital se acerca al final. Es como si fuera una señal del inicio del fin, el sentimiento de desolación es la señal de que el final está próximo. Pero en realidad, los sentimientos prerrevolucionarios de desesperación y odio se transforman, de forma natural, en revolucionaria impaciencia y ambición por exterminar todo lo relacionado con el “maldito pasado”. La fase depresiva se convierte en maníaca. Pero cuanto más destructora es la fase maníaca, tanto más profunda y duradera será la nueva depresión.

Esta serie de sentimientos son un componente psicológico de nuestros ciclos de desarrollo político que cada vez han llevado al fracaso las posibilidades que se abrían de paulatina transición a la democracia, la transformación que se proclamaba de democracia en anarquismo en una sociedad no preparada para ella y de vuelta al autoritarismo. Esta serie de sentimientos se corresponde con la falta de preparación de la sociedad a la vida en un sistema legal democrático. Entre nosotros, las revoluciones han resultado un mecanismo de vuelta al autoritarismo y de freno al tránsito a la democracia (por utilizar un término de la inocente época gorbachoviana, fueron mecanismos de freno).

A principios del siglo XIX, a juzgar por la literatura y el arte, los sentimientos de odio y de desesperación sólo estaban en un estado embrionario. Y cuando sucedieron las “grandes reformas” y ya no estábamos tan lejos de una Constitución, a los más honrados y desinteresados representantes de la inteligencia rusa les pareció que no había salida y que la única esperanza estaba en el asesinato de su majestad el emperador. Y ya derrocada la autocracia en febrero de 1917, no hubo ninguna autocracia como tal. Y puede ser que, la única (por supuesto que totalmente en la práctica) oportunidad para el subsiguiente progreso democrático de Rusia en aquel periodo, fuera precisamente la retención del sentimiento de odio a la monarquía, a la que todos tanto querían derrocar y por la que no se levantó ni un sólo general.

Una inmensa cantidad de gente estaba segura de que si Gorbachov no renegaba de Lenin ni de la Revolución de Octubre y no declaraba el capitalismo, significaría que nada había cambiado.

En el periodo soviético los sentimientos de melancolía y odio también empezaron a dominar cuando el régimen ya no fue tan sanguinario, el nivel de vida fue decente y cuando no estábamos lejos de la perestroika. Pero durante la perestroika, una inmensa cantidad de gente estaba segura de que si Gorbachov no renegaba de Lenin ni de la Revolución de Octubre y no declaraba el capitalismo, significaría que nada había cambiado. Y una vez más, si tuvimos en aquel tiempo la posibilidad de, sin hundirnos en un nuevo periodo autoritario, una transición directa a la democracia, lo más probable es que solamente se hubiera podido relacionar con la conservación del poder soviético de la perestroika por lo menos cinco años más. Pero todos se esforzaban por rematar lo más rápidamente posible al anciano más muerto que vivo, vengándose de él por su miedo, su sentimiento de desesperanza y por su conformismo.

Ahora estamos en un tercer periodo. En él, todo es mucho más moderado y más rápido. Evidentemente, ya paso el periodo culmen del autoritarismo postsoviético. Se acabó la tendencia ascendente del poder por un control cada vez mayor sobre la sociedad. La tendencia contraria aún no se ha iniciado pero ya se perfila. La proclamada modernización es una analogía funcional de la anterior aceleración gorbachoviana. Evidentemente, incluso al final su gobierno, en Putin surgió un sentimiento de falta de perspectiva por la consiguiente represión de la sociedad, pero Medvédev proclamó claramente su ideal democrático. Y aunque pueda dudarse del todo de sus posibilidades para hacer realidad este ideal, no puede dudarse de la sinceridad de su razonamiento.

Parece que todos los que quieran ver en el futuro una Rusia democrática, deberían alegrarse de que el ideal del Presidente coincidiera con los suyos propios. Pero no se percibe una especial alegría: “Si él no es una marioneta, entonces por qué hasta ahora no ha despedido a Putin (es decir, por qué no ha traicionado al amigo al que le debe el poder), no ha disuelto “Rusia Unida” y no ha dado inmediatamente la orden de absolver a Jodorkóvski?” Todavía en aquella perestroika estaba ya presente un sentimiento y una sensación que hicieron fracasar la reconstructiva tentativa de transición a la democracia y que empujaron a nuestra sociedad a un nuevo periodo autoritario.

La democracia es la norma de nuestro tiempo y una entelequia en el desarrollo de los países contemporáneos no democráticos. Y el que a Rusia le espera una tentativa más de transición a la democracia real en un futuro relativamente cercano (si estará ligada con la gestión de Medvédev o sucederá, en cierto modo, de forma diferente), me parece incuestionable. Hay muchas razones para su éxito. Los problemas que han surgido ante la sociedad serán más son más sencillos: ya no existe ni la URSS ni la economía socialista. En cierta medida, ahora estamos, indudablemente, más preparados para la democracia que en 1991. Por eso, no creo que, en esta ocasión, el peligro proveniente de la impaciencia revolucionaria sea grande. Pero con todo, surgirá. Y además, debido a toda nuestra experiencia se puede decir que en esto existirá el principal peligro.

No es posible, ni necesario, liberarse completamente de nuestros cíclicos sentimientos sociales. Como a la convulsiva actividad social de finales de los 80, principios de los 90, siguieron, naturalmente, unos nulos años espantosos, como a la “estabilidad” putiniana debe seguir una nueva oleada de emoción y actividad. Y esto está muy bien sólo si estas emociones no fueran demasiado fuertes y la actividad demasiado convulsiva, si no fueran, como a principios de los 90, “incompatibles con la democracia”. Pero para esto, como a mí me parece, la evolución natural de la sociedad que crea las bases para nuevas experiencia y para su realización, debe acompañarse de un específico trabajo intelectual. No se puede (y, en general, no es preciso) liberarse del inminente boom emotivo, pero estas emociones hay que y es necesario controlar con inteligencia.

El Putinismo es el desarrollo natural de 1991, como el estalinismo lo fue de 1917.

Ante todo, hay que comprender con precisión que todo nuestro desarrollo postsoviético, es una apertura natural que se originó en 1991. No hubo entre nosotros ningún “golpe involucionista”, Putin es el heredero directo del “padre de la democracia rusa”, de Yeltsin y que, además, los derechistas de la Unión de Fuerzas de Derechas apoyaron activamente en el periodo de su llegada al poder, y los nulos años putinianos son la prolongación directa de los 90. El Putinismo es el desarrollo natural de 1991, como el estalinismo lo fue de 1917. Y la cuestión no está en el “sospechoso pueblo” que estorba a la intelectualidad democrática en conducirlo a un radiante porvenir. La cuestión está precisamente en los demócratas, en la conciencia de quienes sustituyeron completamente el verdadero contenido de la democracia por la ambición de poder y de simbólicas compensaciones, ya que llegaron al poder precisamente en 1991 y a continuación escrupulosa y sucesivamente pisotearon todo germen de democracia. De cualquier manera, pudieron renegar del tradicional autoritarismo y rutina rusa (los bolcheviques en su tiempo renegaban aún más), pero esta tradición y rutina se manifestó, ante todo, en sus conciencias y en sus actividades. Y si como resultado de la crisis del actual sistema de poder llegan personas con la psicología, moralidad y con los puntos de vista de los demócratas de 1992, significaría que todo puede repetirse.

Y éste es el peor escenario de nuestro desarrollo. Incluso peor que la perspectiva de conservación de la actual “simulación de democracia” durante un cierto tiempo más. Ya que los sistemas de simulación democrática son inestables y efímeros. Y los periodos de destrucción y reconstrucción pueden ser muy largos. Y salir de estos ciclos, como indica la experiencia de muchos países, es significativamente más difícil que liberarse de algún régimen autoritario concreto. [1]

Dmitri Efímovich Furman, 9 de junio de 2010.

[1Material original en ruso: Nezavísimaia gazeta.
Imagen de cabecera de artículo: ru.wikipedia.org.