// estás leyendo...
Inicio > Sociología rusa > Una cómoda etiqueta para los opositores

Una cómoda etiqueta para los opositores rusos

Parados y cuadros superiores, vendedores y profesores: los manifestantes contra Vladímir Putin no pueden ser encuadrados en una única categoría. [Artículo de Alexandr Bikbov, aparecido en Le Monde diplomatique, mayo de 2012.]

El pobre, 1997. Maxim Kantor.

“En un futuro próximo, la clase media debe convertirse en una mayoría social”, pronosticaba Vladímir Putin el 29 de febrero de 2012, poco antes de su reelección a la presidencia de Rusia, mientras que sus opositores azotaban las calles desde hace tres meses para denunciar las elecciones marcadas por los fraudes.

Entre la nomenclatura omnipotente y el proletariado marginado, esta clase se ha revelado como un cliente esencial de las reformas políticas. Desde los años 1992-1993 ha tomado una doble cara en el imaginario de los partidarios de una transición hacia el edén postsoviético, considerada, a la vez, como una capa estabilizadora que impediría los conflictos entre grupos sociales antagónicos, así como el principal sostén del nuevo régimen político.

Después, un debate recurrente sobre su importancia o existencia, marca el ritmo de la historia de Rusia, al menos en los periódicos y en la televisión. Así, la crisis financiera de 1998, supuestamente, habría suprimido esta hipotética clase, antes que la ascensión al poder de Putin en 2000, no reavivara la esperanza en su desarrollo, esperanza que la crisis económica de 2008-2009 ha puesto de nuevo en entredicho. En adelante, la batida a la caza de la clase media constituirá una verdadera pasión periodística.

Las recientes movilizaciones contra el gobierno le han proporcioando un nuevo empuje. Nada más que en Moscú, varias manifestaciones han reunido a decenas de miles de personar tras eslóganes como “No he votado por estos cabrones, sino por otros cabrones” o “El fraude ha transcurrido con éxito, sin incidentes”. Entrevistas realizadas a los contestatarios presentados, en general, como pertenecientes de la clase media, muestran la extrema diversidad de los modos de inversión de esta identidad [1]. Así, en la gran manifestación del 4 de febrero de 2012 en Moscú, un profesional de relaciones públicas soltaba: “Creo pertenecer a la clase media, pero, francamente, tengo ideas muy vagas sobre este tema”. Un periodista añadía: “No lo sé… [formo parte de] la clase media. Por decirlo en pocas palabras” “Es posible que, de forma puramente teórica, seamos clase media” se aventuraba, en lo que se refería a él, un traductor, mientras que un empresario reivindicaba con firmeza su pertenencia a la “clase media, culta, creadora”.

El abanico de posiciones sociales de los que se dicen componer esta clase parece muy amplio. En ella se encuentran cuadros superiores del sector bancario, con salarios mensuales de varias decenas de miles de euros, periodistas y traductores precarios, profesores que alcanzan entre 300 y 600 euros al mes, o también el capataz de una fábrica de provincias que apenas gana 500 euros. ¿Cómo individuos con un status tan diverso pueden considerarse en la misma categoría?

La noción de “clase media”

La oposición política llamada liberal no es la única ni la primera en utilizar esta noción de “clase media”, para definirse comprendida en ella. El gobierno se apoderó de ella en los momentos críticos, sea para insistir en su papel estabilizador, sea para oponerla al pueblo fiel, como en diciembre de 2011, cuando los contestatarios eran reducidos a portadores de abrigos de visón. Pero, desde los primeros instantes de las movilizaciones, son los grandes medios quienes explican que son manifestantes visiblemente indecisos frente a esta definición de lo que son ellos mismos: “Basta: la clase media ha salido a las calles” clama Zagolovki el 7 de diciembre de 2011. “Los furiosos son nuestra nueva clase media”, va más allá tres días más tarde Komsomolskaia Pravda. En los tres meses que siguieron a las elecciones legislativas de diciembre de 2011, el número de artículos tratando esta famosa clase en la prensa escrita rusa casi se ha doblado en relación a los tres meses precedentes. La prensa internacional no ha querido ser menos: “Apoyada por Putin, la clase media se vuelve contra él”, escribe The New York Times (11 de diciembre de 2011); “El Kremlin tiene un gran problema cuando los jóvenes rusos de clase media se comprometen en política”, considera The Independent (Londres, 12 de diciembre de 2011).

La idea de clase media es la única identidad capaz de hacer salir de los cafés a los poseedores de iPads y empujarlos a las calles.

Según los primeros resultados de nuestra encuesta parecería que, al hilo de las manifestaciones, las personas interrogadas, asumen por sí mismos y de forma cada vez más frecuente, esta noción. Así pues, la operación mediática ha sido coronada con éxito. “Dicen que aquí es la clase media la que se manifiesta. Entonces, somos nosotros”, observa un empleado del sector privado. Asistidos por expertos de todo tipo, los periodistas han creado una idea de clase que los manifestantes pueden tomar prestada para afirmarse como una comunidad tomando posición públicamente. Esta dimensión surge a veces de forma patente: “Pertenezco a una fracción inferior de la clase media”, explica una vendedora de aparatos electrónicos, demógrafa de formación. “Vivo muy discretamente, trabajo siempre como empleada y soy de orígenes muy modestos. Pero he recibido una muy buena formación, tengo exigencias culturales, opiniones políticas”. “Somos clase media porque aquí se expresa abiertamente nuestra posición”, resume una empleada de banca.

Pero son, sobre todo, los movilizados periodistas quienes encuentran en las manifestaciones la confirmación de una realidad que ellos han prefabricado, ignorando la diversidad de las condiciones sociales de los individuos que han tomado parte en las marchas. Clase media se convierte así en una noción relevante de una idea preconcebida, cómoda para un movimiento que evita profundizar en cuestiones sociales potencialmente conflictivas, como la educación o la salud pública.

Una noción cuya magia política reposa, a la vez, en su potencial movilizador y en su capacidad para disimular las diferencias sociales fundamentales. Verdadera profecía autorrealizadora, constituye hoy la única identidad capaz de hacer salir de los cafés a los poseedores de iPads y empujarlos a las calles… [strong]

Alexandr Bikbov, director adjunto del Centro de Filosofía Contemporánea y de Ciencias Sociales, Universidad de Moscú.

[1Entrevistas realizadas, además de por el autor, por Aleksandrina Vanke, Alexander Fudin, Gueorgui Konovalov y Anastasia Kalk.

[strongMaterial original en francés: Le Monde diplomatique, mayo de 2012, versión impresa, páginas 22-23
Traducción: Ventana a Rusia.
Imagen de entrada de artículo: Maxim Kantor. La muchedumbre solitaria, 1992.