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La decisiva prueba de fuerza del 18-21 de agosto de 1991

Hace veinte años en la URSS

El golpe de Estado de 18-21 de agosto de 1991 en Moscú, “la tentativa desesperada” para salvar la URSS de un desmembramiento inevitable despejó, precisamente, la vía a esta implosión y a la “terapia de choque” ultraliberal de los partidarios de Boris Yeltsin. ¿Cómo explicar este efecto tan “contra-productivo” de la aventura? Alguna Vulgata occidental nos presenta los acontecimientos como un western, enfrentando una banda de malvados “comunistas conservadores” y los buenos, demócratas triunfantes del Mal. Sin embargo, desde ese tiempo las apuestas fueron claras: la propiedad y el poder, cuando Rusia declaró su soberanía sobre su territorio y sus riquezas naturales. El “comunismo” ya estaba difunto y la opción a favor del mercado iba tomando consenso. A los diversos grupos de interés les quedaba “hacer su mercado” en una herencia sometida repentinamente a un gran mercadillo.

¿Cuál fue el contexto? ¿Qué fuerzas estuvieron presentes?

La perestroika de Gorbachov estuvo entonces en un impass, con una rápida degradación de la economía y de las condiciones sociales, una explosión de las desigualdades, de los movimientos separatistas y de los conflictos interétnicos en la periferia. Todo el mundo buscaba la “salida de emergencia”.

Una nueva fuerza dominaba entonces la escena política: el poder ruso, su parlamento y su presidente elegido en sufragio universal, Boris Yeltsin. Esa fuerza dominante, respondió al poder federal, encarnado en Mihail Gorbachov, no aplicando las leyes o proyectos de reforma. Dispuso de una amplia base social: círculos de negocios recién creados, un movimiento obrero renacido y, desde hace poco, una “nomenclatura” económica de Estado desgajada del antiguo sistema de economía administrada que se desplomó en 1989-1990.

La población, que tantas esperanzas había depositado en la perestroika, soportó mal la “katastroika” de su nivel de vida.

El equipo reformador ruso, que condujo el primer ministro Yegor Gaidar, tramó una “terapia de choque” conllevando la liberalización de precios, grandes privatizaciones, una drástica reducción de los gastos públicos conforme a las recomendaciones del Fondo Monetario Internacional (FMI). Los liberales rusos acababan de recibir consejo de Milton Friedman, uno de los papas del neoliberalismo, y de los reformadores del Chile a Augusto Pinochet, en un seminario organizado por los rusos en abril de 1991. El modelo chileno fue entonces el modelo a seguir. Sus propagandistas no excluían la necesidad, en Rusia, de un “poder fuerte” para aplicar las reformas. Esta “primera fuerza” fue aliada temporal de los poderes de otras repúblicas a las que Yeltsin sugirió “tomar la mayor soberanía posible”. La independencia de las repúblicas bálticas y del Cáucaso Sur… y de Rusia es ya una realidad. Por otra parte, uno se pregunta por los contenidos eventuales de “independencia” y de “Unión” o de “Comunidad” que se suponen iban a suceder a la URSS.

La segunda fuerza fue la del presidente soviético, Gorbachov, iniciador de la perestroika. Se benefició de un prejuicio favorable en Occidente, donde no cesaban los elogios hacia este líder comunista que, más allá de toda esperanza, cedió tanto en el terreno de las negociaciones sobre desarme como en el desmembramiento del bloque socialista (Pacto de Varsovia) y la reunificación alemana. Pero en el interior, Gorbachov perdió todo apoyo. La población, que tantas esperanzas había depositado en la perestroika, soportó mal la “katastroika” (ver recuadro) de su nivel de vida. La mayor parte de sus compañeros y consejeros, la mayor parte de los intelectuales liberales que le habían sostenido de 1986 a 1989, se unieron al campo demócrata yeltsiniano.

Gorbachov estaba solo. Durante varios meses buscó dar un “nuevo aire” a su política, que consistía en superar, uno a uno, todos los Rubicones (abolición del monopolio del partido, luz verde a las privatizaciones, abandono de las referencias comunistas…), todo para mantener una “elección socialista” mal definida y una voluntad de salvar la Unión sin saber muy bien cómo. El presidente se apoyó en el referéndum de 17 de marzo de 1991, en el que el 76% de los votantes aprobaron el mantenimiento de la Unión “renovada”. Pero las preguntas del referéndum, formuladas de forma diversa, y los resultados de esta votación se prestaron a discusión: ¿Se trataba de una federación renovada, de una confederación de “repúblicas soberanas” o de “Estados independientes”? Las ideas que se hicieron los ciudadanos soviéticos de la “futura Unión”, lo mismo que de las “independencias”, variaban de una república y de una región a otra.

Katastroika

Katastroika es una novela de Alexandr Zinoviev, un "relato sobre la perestroika en la ciudad [imaginaria] de Partgrado".

La novela auna el análisis filósófico de los procesos de la peretroika con el folklore y con las aclamadas reformas “democráticas” de las actividades políticas progresistas del KGB y del Comité Central del Partido Comunista de la URSS:

«Todo el mundo grita: ¡Hurra! ¡Hurra! Se alegran todos los pueblos libres: El Comité Central se convirtió, por fin, en una fuente de bondad, y el KGB en un refugio de libertad».

«Camaradas, creed, así sucederá la llamada transparencia informativa. Y he aquí que entonces la seguridad del Estado recordará nuestros nombres».

Un ejemplo del estilo sarcástico de la novela:

"Paulatinamente y de una manera en cierta forma imperceptible, Partgrado se sumergió en disturbios que se apoderaron de todo el país. Comenzaron tales desenmascaramientos y flagelaciones masoquistas que incluso los mismos malvados anticomunistas y antisoviéticos perdieron la cabeza. Con este telón de fondo, empezaron a mostrarse como pequeños denunciantes y, en ocasiones, hasta como los mismos defensores del comunismo. Todos se esforzaban por sobresalir el uno sobre otro en vejaciones al pasado y en denigraciones de todo lo realizado tras los años posrevolucionarios. Sólo los popes contenían a la ciudad del oscurantismo religioso; los neoestalinistas, del desenfreno de la democracia; la mafia, de la excesiva influencia de los comerciantes. Un muy ilustre escritor, en una entrevista que se menciona repetidamente y publicada en “Noticias de Partgrado”, declaró que “ahora se hace más fácil respirar”. Y partió a Occidente a dar cursos de conferencias sobre la perestroika. En París, emborrachándose y atracándose por cuenta de los emigrantes soviéticos confesó, en un arrebato de sinceridad que “tal vertedero, como así se ha convertido Rusia, nunca hubo en la historia rusa”. De esto, los emigrantes sacaron la conclusión de que, en realidad, Rusia tomaba el camino de la democracia occidental. Pero nadie quería regresar a la “abandonada patria”". [1]

En la que parece ser web oficial de Zinoviev además de la completa versión en ruso, existe una versión traducida al inglés de este relato.

Surgió entonces, en pleno verano de 1991, la “tercera fuerza”. Era esperada desde hace años, unas veces bajo la forma de revancha social o “revuelta rusa” devastadora, otras bajo la forma de un golpe de Estado militar. De hecho, un grupo de dirigentes se constituyó en un Comité de Estado por el estado de urgencia. En este caso, el vicepresidente de la URSS, Guennadi Yanáev, el primer ministro Valentin Pavlov, los ministros de Defensa, Dmitri Yázov, y de Interior, Boris Pugo, el jefe del KGB, Vladimir, Kriuchtkov, el secretario del comité central de PCUS, Oleg Baklánov. En agosto pasaron a la acción.

¿Qué querían? Sus declaraciones hacen referencia a la situación catastrófica del país. En ellas, no hablan de ninguna manera de defender el comunismo, adhiriéndose a las reformas de mercado, pero “en un orden” y, manifiestamente, no en la línea del ultraliberal Gaidar. Su objetivo inmediato era impedir la firma, prevista para el 20 de agosto, del nuevo Tratado de la Unión tramado por Gorbachov y que los golpistas mantenían en la residencia vigilada de Foros (Crimea). Ellos también se apoyaban, interpretándolo a su manera, en el referéndum de marzo. Temían un tratado que aboliría de hecho el Estado central.

Los hechos y gestos de los golpistas fueron asombrosamente poco decididos. Recordemos la conferencia de prensa para justificarse: sus caras estaban pálidas, las manos de Yanáev temblaban. Intentaron —en vano— convencer a Gorbachov de que les protegiera, se acercaron al entorno de Yeltsin, sin éxito. No obtuvieron más que la convocatoria de un plenario del Comité Central del PCUS para apoyarlos. Los movimientos y retiradas de tropas se hicieron en medio de la confusión. Una parte de las tropas se unió a Yeltsin. Los demócratas movilizaron en las calles a centenas de miles de seguidores, entre ellos empleados de nuevas empresas comerciales y brokers de la Bolsa de materias primas, que confeccionaron la inmensa bandera tricolor rusa que aparece en todos los reportajes filmados. Al tercer día, el 21, el mariscal Yázov retira las tropas presentes en Moscú, la partida está perdida, Gorbachov es liberado.

El 22 de agosto, el ministro del Interior, Boris Pugo y su mujer se suicidan. El 24, es el turno de otro partidario del golpe, el mariscal Serguéi Ajroméiev. Arrestados, acusados de traición y hechos prisioneros, los golpistas serán amnistiados en enero de 1994. Ya se conoce la continuación de los acontecimientos: proclamaciones de independencia en cascada, Borís Yeltsin se hace cargo de las palancas de mando en Moscú —Gorbachov es separado definitivamente— y el acta de defunción de la URSS se formuló el 8 de diciembre de 1991.

El papel de los comunistas

Contrariamente a la idea admitida, los comunistas ortodoxos no se adhirieron a la filosofía del golpe de Estado. Intentaron defender el socialismo y los derechos de los trabajadores contra las fuerzas del mercado, incluida la política de gobierno de Pavlov. Pero el alejamiento de Gorbachov les convenía.

Los comunistas ortodoxos no se adhirieron a la filosofía del golpe de Estado. Intentaron defender el socialismo y los derechos de los trabajadores contra las fuerzas del mercado.

Por supuesto, una mayoría del aparato del partido apoyaba a los golpistas y eso fue, a continuación, el pretexto para la disolución del PCUS y su prohibición en varias repúblicas. Esta reacción no se explica fácilmente: los cuadros políticos o administrativos, a diferencia de los cuadros económicos o empresarios seducidos por la liberalización, no tenían más que unas pocas oportunidades para coger el tren del capitalismo en formación. Los negocios no eran su especialidad. Sin embargo hay que matizar: una gran parte de los cuadros comunistas, incluso los más conservadores, como en Ucrania o en Kazajastán, los dirigentes han permanecido en los separatismos. Las independencias contenían promesas de apetitosos cargos lucrativos: gobiernos, administraciones, embajadas, etc. En la misma Rusia, la burocracia del Estado, del KGB, del ejército se alió al nuevo poder. Vladimir Putin estuvo en el campo de los “demócratas”, al servicio de uno de los más radicales, Anatoli Sobchak.

Los acontecimientos vistos con veinte años de perspectiva

¿Y si se evaluarán los acontecimientos de agosto de 1991 y sus apuestas con la perspectiva de los veinte años transcurridos? Los temores de los golpistas se verificaron: liquidación de la URSS y política de “reformas” ultraliberales, empobrecimiento de la mayoría de las poblaciones, desencadenamiento de guerras civiles en el Cáucaso, en Georgia, en Tadjikistán.

Se aplicó el programa de los vencedores demócratas: liberalización de los precios, 2 de enero de 1992 (confiscación de hecho de decenios de ahorro popular), privatizaciones en masa, reducciones drásticas del gasto público, arrastrando especialmente al hundimiento del sistema de salud. En septiembre-octubre de 1993, los parlamentos y los soviéts, inicialmente adscritos a Yeltsin, rebelados después contra esta política, fueron aplastados a cañonazos (al menos 150 muertos en Moscú). Tal fue el epílogo dramático de la prueba de agosto de 1991.

La batalla “por la propiedad y el poder” se revelaría como feroz y letal. Una vez derrotados los golpistas de agosto, la fracción modernista de la nomenclatura, a la cabeza de las empresas del Estado, iba a disputar al mundo de los negocios (jóvenes oligarcas, circuitos mafiosos…) la apropiación privada de los medios de producción y de intercambio. La principal apuesta en esta batalla fue el dominio de la renta petrolífera. Es su acaparamiento lo que ha hecho edificar fortunas fabulosas. Si el proceso fue caótico, nada había de un “far west” espontáneo: el mercado de privatizaciones fue estrictamente dirigido por el nuevo poder. Se instaló una oligarquía. Después del crac financiero de 1998 y bajo la influencia del nuevo presidente Vladimir Putin, la propiedad fue parcialmente distribuida, el papel del Estado restaurado y la reanudación del crecimiento permitió el surgimiento de una clase media acomodada.

Los temores de los golpistas se verificaron: liquidación de la URSS y política de “reformas” ultraliberales, empobrecimiento de la mayoría de la poblacion.

Es dudoso que los métodos previstos por el Comité de Estado para el estado de urgencia de agosto de 1991 —métodos autoritarios y represión— hayan podido impedir la catástrofe que siguió. Los golpistas no disponían de una base social importante y no hacían llamamientos al pueblo. No más que Gorbachov, que se apoyaba en una tecnocracia modernista, que se le escabullía entre los dedos. Yeltsin y los otros dirigentes de las repúblicas, ya “ex” comunistas o nacionalistas, disponían de una base social y de movilizaciones populares, mientras que el sovietismo no gozaba más que de una (inmensa) fuerza de inercia.

La reacción mayoritaria parece haber sido la política de espera. Incluso aquellos que tenían interés en el mantenimiento de la URSS, se adhirieron en su sitio a los poderes o se resignaron cuando les arrastró la dinámica del desmembramiento. Por otra parte, en el desastre social y frente al capitalismo brutal que modificó en profundidad las condiciones de existencia, la mayor parte de la gente optó por el ingenio y por las estrategias individuales de supervivencia. El temor a las violencias, a la guerra civil, determinó que la población no interviniera en los conflictos, ya se tratara de agosto de 1991 o de la crisis de septiembre-octubre de 1993. Desde este punto de vista se puede constatar que a pesar de las muy mortíferas guerras periféricas (Nagorny Karabaj, Georgia, Tadjikistán, Chechenia), el desmembramiento de la URSS no seguirá la vía yugoslava. Incluso si esta otra violencia que fueron “las reformas” acarreó la muerte prematura de millones de mujeres, hombres y niños que se rebelaron como “inadaptados” al cambio. Los militantes del liberalismo ruso, además, no se han molestado en decir alto y fuerte, una vez lanzadas las reformas, “el precio a pagar” por los Soviéticos por haber “vivido por encima de sus medios” y por resistir todavía a la indispensable “modernización” de las instituciones, de las costumbres y de las mentalidades.

La “victoria demócrata” de agosto de 1991 respondió, probablemente, a las aspiraciones de las fracciones modernistas o independentistas de la sociedad soviética, así como a las expectativas de sus aliados occidentales.

Si embargo, hay que evitar confundirla con una victoria de la democracia. [2]

Jean-Marie Chauvier, martes, 23 de agosto de 2011

[1Extraído y traducido de ru.wikipedia.org

[2Material original en francés: monde-diplomatique.fr.
Imagen de portada de artículo: ru.wikipedia.org

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Comentarios

2 Mensajes

  1. Hace veinte años en la URSS

    Dónde está el recuadro de la katastrioka, al que aludes??

    por Mkrtchyan | 10 de septiembre de 2011, 17:43

    Responder a este mensaje

    1. Hace veinte años en la URSS

      Dentro del artículo, como a mitad del artículo a la derecha, con fondo gris.

      por Pasha | 11 de septiembre de 2011, 09:16

      Responder a este mensaje